Educación y Cultura
Mi vecina escribe...'Una noche de las mil' por Marina López Méndez
Un cuento de hadas que se convierte en una pesadilla es la historia que bajo el título 'Una noche de las mil' nos llega esta semana a la sección de 'Mi vecin@ escribe'. Su autora, Marina López Méndez, es vecina de Majadahonda desde hace 30 años y una de las participantes en el Taller Literario que se imparte en La Palanca. Esta incipiente escritora nos traslada a otras tierras y culturas en un relato que no deja indiferente al lector.
UNA NOCHE DE LAS MIL
Mi madre siempre me contaba leyendas de visires y sultanes al acostarme. Desde bien pequeña tuve una pasión desenfrenada por la cultura árabe y, dado mi afán por su conocimiento, al acabar el bachillerato me matriculé en Relaciones Internacionales con el fin de ejercer en el Cuerpo Diplomático y llegar a ser Cónsul o Embajadora en algún país donde las andanzas de los Tuareg, o cualquier tribu romántica, me adoptara y descubrir así el amor de manos de un Sultán rico y poderoso que me agasajara en un oasis de cultura y pasión, de sedas, piedras preciosas y manjares, como Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Mi nombre es Scherezada, no podía ser otro. Al fin y al cabo, fue mi madre quien me introdujo en el mundo del cuscús y la danza del vientre. Soy morena, de ojos negros, estatura media y poca cintura. Eso sí, con contundentes posaderas.
En segundo año de carrera tuve la oportunidad de irme de Erasmus a Irán, mi anhelada “Persia”, donde las alfombras de seda adornaban el piso de Jaimas decoradas con todo lujo de detalles. También lo hacían numerosos cojines de colores vistosos, lámparas de tripa de cordero tensada, -como una pandereta-, unas con dibujos geométricos, otras de animales, y todas con formas redondeadas y colores del carmín al dorado, pasando por un sin fin de tonalidades.
Durante el curso en Teherán, tuve la oportunidad de conocer a personas de distintas nacionalidades, aunque quien me llamó la atención fue Schariar, un iraní alto de tez aceitunada y ojos grandes y brillantes. Su pelo negro brillaba al contacto con la luz del sol creando reflejos rojizos, casi imperceptibles. Era el hombre de mi vida. Con voz dulce y sosegada hablaba mostrando una dentadura blanca como la nieve, que resaltaba sus labios perfectamente dibujados. Fue un flechazo a primera vista y caímos los dos, como en cuento de hadas, bajo los efluvios de Anahita, diosa de la mitología persa de la fecundación, el agua y la salud, que todo en su conjunto es amor.
Schariar me trataba como a una diosa. Me cubría de vestidos de seda abotonados en oro. Su delicadeza hacia mí era sublime. Era un canto a la naturaleza, porque nos fundíamos en un todo cuando uníamos nuestros cuerpos.
Cuando mi madre me vino a buscar al aeropuerto no podía creer en lo que me había convertido. En una mujer feliz, orgullosa de la civilización de acogida, sumida a sus encantos. Había cambiado mi vestuario a los vestidos elegantes y fastuosos de la antigua Persia; parecía salida de “Las mil y una noches”.
Schariar se quedó en Teherán, pero manteníamos constantes comunicaciones a través de los distintos medios disponibles en red, móvil y medio epistolar. Me encantaba recibir cartas a mano con escritura cuneiforme. Su caligrafía era como bocetos sinuosos de arte mesopotámico. A los seis meses nos casamos, pese a la insistencia de mi madre de que no me precipitara. No podía pasar un minuto más sin verlo. No terminé mis estudios esperando a retomarlos en Teherán, cuando llegara el momento.
Fue una boda típica iraní, con toda su familia. De mi parte acudió mi madre, la más importante.
La celebración se produjo por diferencia de sexos. Las mujeres lo celebrábamos por un lado, y los hombres, por otro. Allí estábamos todas las chicas, más sexys que nunca. Solo en esa ocasión se nos permitía ir sin la hiyab. El único varón que podía entrar era el novio, que a menudo acudía para que nos hicieran fotos juntos, lo que provocaba un alboroto entre las mujeres, tapándose el pelo. Nos pasamos la velada entera bailando. Lo curioso es que sólo los hombres cantaban, las mujeres no tienen permiso para cantar, porque la voz aguda de ellas puede incitar a los varones al deseo sexual.
La cena nos la sirvieron muy tarde, a las once y media de la noche. En realidad fue lo menos importante de la ceremonia, ya que comimos de pie y deprisa. Al terminar, cada una nos pusimos la hiyab y nos fuimos a casa de mis suegros, puesto que era donde viviríamos hasta encontrar una casa para los dos. Por allí pasaron cada uno de los invitados para hacerse fotos con los novios.
Ya han pasado cinco años desde entonces, ¿te acuerdas mamá? Mi nena tiene cuatro añitos ya, y si sigo aquí es por ella. El cambio de humor de Scharir fue brutal después del nacimiento de nuestra hija Radja. Se mostró como en realidad es, un ser oscuro y dominante. Se acabaron las caricias, las palabras bonitas, las muestras de amor. Estoy sometida a su voluntad y a la de su familia. Ya no puedo pasear con la hiyab por la calle, he de ir con Niqab, donde sólo puedo mostrar mis ojos.
No pude terminar mis estudios, y mi loca ilusión de vivir un cuento de hadas se ha transformado en una pesadilla, estoy prisionera en vida. Mi hija es mi todo ahora mismo, y es a ella a quien tengo que proteger. Cuando pueda, volveré. Mamá te envío una foto con las primas de mi marido, yo soy quien te mira.
Mi vecin@ escribe
Cada dos semanas la sección #MiVecinoEscribe publica el mejor relato de entre todos los escritos por los alumnos del Taller de escritura creativa impartido por la escritora, referente del género negro en España, Mónica Rouanet. Puedes leer todos los retalos publicados hasta la fecha aquí.
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