Educación y Cultura
Mi vecino escribe...'Morenita' por Raúl Borque
Raúl Borque García es el autor del relato protagonista de esta semana en la sección 'Mi vecin@ escribe' que, bajo el título 'Morenita', nos trae una historia de venganza. Vecino de Majadahonda desde 1994, Raúl estudió Ciencias Empresariales, Osteopatía, Nutrición y disfruta con sus primeros pasos en la escritura. Aficionado a la lectura, su gusto por la novela negra se deja entrever en las líneas de su narración.
MORENITA
Al salir por la puerta el viento me golpeó en la cara con fuerza. La sensación de humedad y el fragor de las hojas de los árboles que la acompañaba eran viejos amigos. Mientras el levante me atizaba, una emoción conocida me hizo torcer el gesto. Cerré los puños y los metí en los bolsillos de mi parka cortavientos azul marino. Los recuerdos revolotearon dentro de mi cabeza, claros, como si hubiera sido ayer. Una punzada de dolor me atenazó el estómago. Hacía justo un año desde la desaparición del “Morenita”, pero no pasaba un día sin que volviera a mi memoria, aunque solo fuera por un momento. Andrés decía que había puesto ese nombre al barco por Ana, su mujer, pero yo sabía que no era verdad.
Con zancadas grandes, emprendí el mismo camino de cada día hacia el puerto pesquero. El olor a mar se hacía más intenso según me acercaba a la playa. Pasé por delante de las pequeñas casitas blancas a los lados de la calle igual que lo había hecho cientos de veces. Como la última vez que vi a Andrés. Había ido hasta su casa, a pocos minutos de la mía, para excusarme por no poder salir a faenar porque ese día Rosa, mi mujer, se encontraba mal. Estaba embarazada de solo dos meses y llevaba varios días con mareos y nauseas. El médico decía que era normal, que los embarazos eran así, pero el intenso dolor que no le había dejado dormir esa noche me decidió a llevarla al hospital. Andrés se alteró mucho al decírselo. Me aconsejó, casi me ordenó, que no perdiera tiempo y saliera al hospital sin demora. No volví a verlo. Su barco desapareció en la tempestad y su capitán con él.
Inmerso en mis recuerdos proseguí mi recorrido de forma inconsciente cuando, al acercarme al tramo que discurre junto a la playa, un alboroto me saco de mis pensamientos. Al observar más de cerca me di cuenta de que era la chiquillería del arrabal. Se volvieron hacia mí alborotados.
—¡Juán, corre ven! ¡No te vas a creer lo que ha traído la marea esta noche! —Me gritó Josito. Era el mayor de los hijos de Andrés y, aunque tenía pocos años, ya se percibía que había heredado el carácter aventurero de su padre. Estaba excitadísimo. Vino a mi encuentro y me arrastró del brazo hacia la orilla. Aprovechando la bajamar, rodeamos la roca “rompepiernas”. La llamábamos así porque muchos se fracturaron huesos al lanzarse al agua con marea alta desde sus más de tres metros de alto.
Mi corazón dio un vuelco ante lo que apareció ante mis ojos de repente. No podía ser. Me desplomé sobre la arena. «No es posible», me repetía.
La cabeza me daba vueltas mientras el grupito de niños, todos conocidos, amigos de Josito, gritaban:
—¡Es el “Morenita”, es el “Morenita!”
Yo ya lo sabía. Solo un vistazo fue suficiente para reconocer ese casco hecho de tablones de madera sin uniones y moldeados para dar forma curva al casco que Andrés diseñó y por el que sentía tanto orgullo.
Ahora esos largueros estaban partidos, igual que los de los costados.
El diseño de Andrés tenía un defecto. Él me lo contó. La curvatura de los largueros en la obra viva del barco hacía que la tensión en el pantoque fuera excesiva. En mar brava los crujidos se oían claramente y la preocupación en la cara de Andrés lo decía todo.
Los recuerdos me vinieron de nuevo. Cuando empecé a salir con Rosa; los celos que había tenido de Andrés, su primer amor; las ocasiones en que ella se iba a ver a su amiga María y se quedaba a dormir, demasiadas veces y sin explicaciones. Se las había exigido muy enfadado mientras ella se burlaba y me decía que eran imaginaciones mías.
Sé que cuando ella se quedó encinta no debería haber cuestionado las fechas, pero la sospecha era superior a mí. Coincidían con un fin de semana que pasó, supuestamente, en casa de María.
Pero yo sabía que había estado con Andrés. Nadie más podía ser. Las confianzas que se tomaba con Rosa, incluso delante mío, me hacían hervir la sangre, y ella reía sus atrevimientos con descaro.
Tenía que hacer algo.
Y lo hice.
Lo planee con mucho cuidado. Conocía la fanfarronería de Andrés. Alardeaba de ser un marinero bravo y sin miedo, así que esperé hasta que la previsión meteorológica anunciara fuerte temporal. No tenía duda de que su soberbia le echaría a la mar, como siempre, incluso con temporal y completamente solo a bordo.
Fue tan sencillo, conociendo el punto débil del barco, debilitar el pantoque la noche anterior que pensé que no funcionaría. Pero todo salió a la perfección. La prueba se encontraba delante de mí, la proa del “Morenita” abierta como un libro en el que se leía la palabra “Venganza”.
Mi vecin@ escribe
Cada dos semanas la sección #MiVecinoEscribe publica el mejor relato de entre todos los escritos por los alumnos del Taller de escritura creativa impartido por la escritora, referente del género negro en España, Mónica Rouanet. Puedes leer todos los retalos publicados hasta la fecha aquí.
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